Para bien o para mal, Roma se hizo grande por el poder de sus legiones. Y las legiones romanas estaban formadas por hombres orgullosos de pertenecer al ejército más fuerte del mundo. Hombres orgullosos, a veces engreídos, como el personaje de Pirgopolinices, el protagonista de la célebre comedia en la que Plauto retrató el arquetipo de esos soldados fanfarrones que debían abundar en el momento en el que él estrenó la obra, en los años finales de la segunda guerra púnica.
Pero sin esos fanfarrones quizá Roma no habría podido invertir el sentido de aquella guerra y tal vez hubiera caído en manos de Aníbal.
Imagino así a Sulpicio Placidino, el soldado hispano muerto a los 55 años para cuya tumba su liberto Sulpicio Mesor encargó esta barroca lápida cargada de símbolos militares, símbolos de los que quizá presumía en vida su patrono.