Los romanos creían que los seres humanos moríamos no una, sino dos veces. Además de la muerte como ahora la entendemos, la muerte física, ellos decían que había una
mors secunda, una segunda muerte, mucho más definitiva que la muerte física: era
la muerte en el olvido, cuando ya no queda nadie vivo que se acuerde ni del nombre del difunto.
Esta segunda muerte era la que más temían los romanos. Para librarse de esta muerte la solución era grabar el nombre del difunto en el único material que parece soportar bien el paso del tiempo: la piedra. Pero eso no era suficiente: el propósito final era conseguir que alguna persona que pasase junto a la piedra grabada la leyera (evidentemente en voz alta: en el mundo antiguo sólo se leía en voz alta, la lectura en voz baja es algo relativamente moderno). Al leerla y pronunciar el nombre del muerto era como si lo "resucitase" y le mantuviera alejado de la segunda muerte.
Esta es la razón por la que los romanos colocaban a sus muertos en las vías de acceso de las ciudades, junto a los caminos (no en espacios cerrado, como los cementerios actuales). Lo hacían con la esperanza de que los caminantes se detuvieran a leer los nombres de los difuntos. Es curioso, pero antes de entrar en una ciudad romana esta costumbre te obligaba a pasar junto a sus muertos antes de comunicarte con sus habitantes vivos. También es la razón por la que los romanos no colocaban como nosotros las piedras sobre los cuerpos de los muertos, como hacemos actualmente, sino que las ponían en posición vertical detrás del muerto para facilitar la lectura al caminante.

El tipo de piedra o lápida más común es la estela funeraria, como la que veis en la foto: una piedra que tiene la parte superior en forma de semicírculo o triangular, conteniendo en esa parte símbolos astrales relacionados con la creencias religiosas romanas, como la rosa hexapétala (rosas de seis pétalos, a veces de ocho como en la de la imagen). Debajo, en el centro de un enorme rectángulo, se coloca el cartel con la inscripción con los datos del difunto. La parte inferior, fuera del cartel, quedaba oculta bajo la tierra, ya que era el soporte de la estela.
La que veis en la imagen se encuentra en los Museos Capitolinos de Roma. En la primera línea se lee la típica dedicación
Dis Manibus que nos advierte de que estamos ante
un espacio consagrado a los Dioses Manes.
Los dioses Manes eran una especie de ángeles de la guarda que acompañaban a las almas de los difuntos en su viaje al infierno y protegían también los restos físicos del difunto: al invocarlos, se está haciendo una advertencia al lector de que está ante un espacio sagrado y por tanto inviolable.
El difunto, en este caso llamado Lucio Nonio Marcial (los tres nombres lo identifican socialmente como un ciudadano libre), sirvió como soldado de la guardia imperial durante 22 años y 6 meses (la precisión con la que se refleja este dato nos hace pensar en lo orgulloso que debía de sentirse en vida con esta profesión) y que vivió en total 49 años.
Es curioso que a continuación vemos que la tumba la pagó una mujer llamada Nonia Fortunata, que se nos dice que era liberta (LIB) del difunto: es decir, que el difunto había sido su "patronus" (los esclavos podían ser liberados por sus dueños, y entonces el esclavo pasaba a ser liberto y su antiguo propietario se convertía en su patrono). Sin duda su nombre de esclava había sido
Fortunata (qué ironía que una esclava se llamase "Afortunada", situación muy alejada de la realidad que vivían los esclavos), y cuando Lucio Nonio la manumitió le antepuso su "nomen" familiar, de ahí lo de Nonia. Se ve que Nonia debía de estarle muy agradecida a su patrono por haberla liberado, por lo que costeó la tumba de su patrono y añadió que su patrono
bien se lo merecía.
Nonia sentía que tenía una deuda moral con su patrono, por lo que de esta forma intenta salvarle de la segunda muerte.